23 julio 2013

Atisbos Analíticos No. 177.

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LA HABANA JULIO 2013: SERÁ LA RELACIÓN DE FUERZAS,
OBJETIVA Y SIMBÓLICA, ENTRE AMIGOS Y ENEMIGOS DEL PROCESO LA QUE  DEFINIRÁ SU DESENLACE.

                                                                                              Humberto Vélez R


En esta sociedad nuestra en la que lo social colombiano es tan instrumental, corporativo e insolidario, suena coherente que mientras en la Habana se busca construir paz negativa en medio del ruido de los fusiles, en el resto del país sea una multitud de indignados la que se agite y movilice levantando alguna bandera asociada a  la paz positiva. Lo que pasa es que importa tanto la paz sin balas como la paz con pan social y simbólico. Como para postular entonces, que lo que está sucediendo en Colombia, Catatumbo-paro-rural-minero-cafetero,  es tan importante como lo que está acaeciendo en la Isla de Martí y por eso, los excesos represivos del ESMAD y la ausencia de Estado en lo social no pueden taparse o con el discurso limitado del simple reconocimiento formal del derecho de protesta, pues el gobierno tiene que garantizar su ejercicio,  o expulsando del país a la ONU o estigmatizando  a la oposición alternativa- casos Jorge Robledo e Iván Cepeda- o responsabilizando, de modo torpe, a las guerrillas de estar infiltrada  en zonas conflictivas  donde siempre han estado.   
A casi un año de iniciado el proceso Oslo-La Habana, éste se transparenta más blindado en lo externo- el mundo y América Latina y el Vaticano lo apoyan- que en lo interno- la oposición a la negociación es fuerte, los imaginarios bélicos negativos o vacilantes hacen estragos en la subjetividad del ciudadano común y corriente, las negociadores evidencian dificultades para darle coherencia y continuidad a los ejes temáticos. Y el contraste es tan fuerte que prestantes enemigos internos del proceso hacia afuera se transparentan como lo que no han sido: como personas que buscan blindar la paz para que no se dispare la  endemoniada y falsamente odiada  impunidad. Léase Ordoñez y Uribe Vélez en plena alianza. El Procurador lo ha dicho, sobre todo hacia afuera,
“Nadie puede ser enemigo de la paz. Soy amigo del proceso de paz porque es el medio de llegar a la paz. Pero este proceso debe blindarse para evitar nuevas frustraciones”[1]
Como lo destacó en esta misma entrevista, el Procurador dijo algo suave y sabroso y efectista para velar su pensamiento y  conducta reales, que blindar el proceso de paz significaba que los guerrilleros sin más ni más se sometieran y que Timochenko, “por lo menos”, pasara unos días en la Picota.
Esto no obstante, LOS ATISBOS  se reafirman, tal como insistiremos, en una hipótesis central: El análisis comparativo nos señala que entre 1985 y el 2013 nunca se había avanzado tanto en una negociación, pues ahora  el juego dialéctico entre intereses, necesidades y posiciones ha producido acuerdos informales, sobre todo en materia de desarrollo rural integral. Claro que se ha debilitado el inicial pacto de confidencialidad y también en más de una oportunidad, se ha regresado, como en el Caguán, a una desorientadora negociación “a micrófono abierto”. Por otra parte, lo que no se ha logrado en una más intensa participación de las sociedades civiles, se ha compensado con una mayor cualificación y cuantificación del movimiento social por la paz.
Además, en la última semana de octubre (24-25-26), la academia investigadora, que ha producido pensamiento estratégico sobre la paz, dialogará durante tres días con la sociedad  en el VI CONGRESO NACIONAL Y PRIMERO INTERNACIONAL POR LA PAZ “ALFREDO CORREA DE ANDREIS”, realizado por todas las Universidades de Cali bajo la coordinación del Programa de Estudios Políticos y Resolución de Conflictos de la Universidad del Valle. En consecuencia, al haber tenido avances efectivos, todos los amigos del proceso debemos pedirle a los negociadores: que por favor no se levanten de la Mesa, ni del espacio de los posibles acuerdos ni de la institucionalidad de  su formalización,  ni del más dificultoso ámbito del postconflicto  hasta que todo haya avanzado hacia un punto de no retorno.
Y para hacerle esa demanda a los negociadores, no nos tenemos que salir del closet como lo ha demandado, de modo hipócrita y cínico,  el Procurador. Somos muchos los amigos del proceso, que lo apoyamos sin haber sido amigos de las guerrillas. Por el contrario, les hemos cuestionado el haber querido agotar la política revolucionaria en un fusil empuñado y quizá mañana o pasado mañana podemos votar por esos ciudadanos exguerrilleros que, desde un nuevo sistema político institucional,  luchan por una forma de gobierno democrática que vaya más allá del electorerismo, por la gestación de una nueva cultura política ciudadana que revalorice lo público, tanto lo público estatal como lo público ciudadano y por posicionar a los subalternos como fuerza protagónica en la vida social del país.
Por ahora, porque ellas son subversivas y no hermanitas de la caridad, de las guerrillas sólo nos preocupa una cosa, su continuo desbordamiento  del DIH, que afecta sobre todo, a la población civil y a los militares y a ellas mismas, que todos los días pasan a la condición de seres humanos caídos en combate. Por eso también, estamos por la negociación, porque es el camino más cercano para empezar a aliviar el dramático cuadro clínico de los derechos humanos en el país. Pero en este momento, nos preocupa más la histórica situación del bloque de poder en el establecimiento colombiano. Creemos que el presidente Santos, que con cierta persistencia ha venido manifestando su deseo de llegar por lo menos a una paz negativa, puede caer enredado y capturado por él tal como acaeció con otro muy bien intencionado, Belisario Betancourt en 1985.
Se trata del Bloque en el Poder de una sociedad que no obstante haber alcanzado en el mundo, en lo tecnológico-económico, un desarrollo más que  mediano entre otros 200 países, ha ocupado siempre uno de los últimos lugares en materia de redistribución de la riqueza y de los ingresos; al mismo tiempo, se ha tratado de un Bloque dominante, portador de una cultura política altamente valorizadora del poder institucional  y por lo tanto, históricamente reacia a redistribuirlo. Por consiguiente, ni ha posibilitado una redistribución equitativa de lo producido y mucho menos del poder institucional,  y por eso su hegemonía nunca ha ido más allá de la producción de un social más instrumental que compartido, más corporativo-grupal-individualista que solidario y cooperativo. Como decir, que nunca ha sabido lo que es negociar. Pongamos un solo ejemplo, el de nuestros vecinos de Centro América: El Salvador, Guatemala y Nicaragua. Países todos éstos con un desarrollo tecnológico-económico por debajo del de Colombia, en ellos sus respectivos Bloques de Poder fueron capaces de abrirse de cara a las  guerrillas, por lo menos  a unos procesos que permitieron la transición de la relación de amigos/ enemigos a la de amigos/adversarios. Pero aquí, nuestra dirigencia que sobrada y equivocada, ha mirado a esos países como menos “democráticos” que el nuestro, bajo el argumento de que las guerrillas nunca han querido negociar, se han mostrado incapaces para jalonar esa transición.
No es raro entonces, que tras medio siglo de conflicto armado, algunos hayan dicho que en el caso  de Colombia, se ha tratado de uno de los  Bloques de Poder más impotente, incapaz y cerrado del mundo. Entonces, el presidente Santos, si quiere pasar a la historia, es legítimo que lo aspire, debe dejar de bambalear entre una tímida paz negativa y el miedo inhibidor que le tiene a Uribe y al mal llamado Centro democrático, que son las fuerzas que lideran a la extrema derecha colombiana.
De este modo, desde muchos frentes y espacios los amigos del actual proceso Oslo-La Habana debemos reorganizarnos para protegerlo y cooperar a sacarlo avante, sobre todo en relación con  temas que aunque no sepamos con precisión qué acuerdos ha habido alrededor de ellos -pero que  los ha habido, los ha habido-  presumimos  como más candentes:
1.     El grado de afectación del derecho de propiedad en relación con el proceso de desarrollo rural  integral, sobre todo con respecto al latifundio improductivo y a  las zonas de reserva campesina;  
2.     Los alcances de la reforma del sistema político desmontando el imaginario creado de que así como en el Caguán querían imponer una revolución social, ahora lo que  buscan es una revolución  política cuando esta sociedad sí que necesita al respecto reformas profundas importantes;
3.     La definición de un punto de equilibrio realista (Justicia Trancisional) entre las lógicas de la justicia y las lógicas de la paz;
4.     Sacar el dispositivo de la formalización de los acuerdos de una trampa de inamovibles, que tampoco son inconstitucionales, o Asamblea Nacional Constituyente (las guerrillas), o nada de Asamblea Nacional Constituyente ( el gobierno);
5.     Buscar formas conjuntas de avanzar en la reparación de las víctimas reconociendo que, de parte y parte, ha habido culpabilidades y  responsabilidades, y que la ley de restitución de tierras, con los ajustes del caso,  puede ser un buen punto de partida;
6.     Aceptar que sólo en un sistema político altamente reformado, los exguerrilleros pueden quedar relativamente blindados para evitar que se reproduzca el  partidicidio de la Unión Patriótica;
7.     Como en su interior los negociadores ya tienen el cuadro de los acuerdos informales logrados, empezar a trabajarlos pensando en programas concretos para la etapa postconflicto, lo que evidenciaría  que sí se ha hecho el tránsito a la relación amigos/adversarios.






[1] . Entrevista de Maria Isabel Rueda al Procurador, 12-02-2012.

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