08 agosto 2016

ATISBOS ANALÍTICOS  No 245,  Universidad del Valle julio de 2016, IEP-Programa de Estudios políticos, Humberto Vélez R, profesor investigador  y presidente de Ecopais, UN NUEVO ESTADO PARA UNA NUEVA COLOMBIA. humbertovelezr@gmail.com , atisbosanaliticos2000.blogspot.com .

Nota: Este Atisbo fue  leído en el homenaje de reconocimiento al maestro Humberto Vélez por su presencia activa en la investigación académica, su obra escrita invita a construir pensamiento crítico, desde los ATISBOS ANALITICOS  ha seguido las huellas de la negociación gobierno-farc que tienen como escenario de dialogo la Habana- Cuba.


CARTA-ORACIÓN  A LOS DIOSES DE LOS COLOMBIANOS
 SOBRE SUS CREYENTES Y LA PAZ DEL PAÍS


ORACIÓN-CARTA ABIERTA”, LAICA Y
 PLURALISTA, POR LA PAZ A LOS DIOSES
 DE LOS COLOMBIANOS INCLUIDO EL
 DIOS REPRIMIDO DE ALGUNOS ATEOS
Y, SOBRE TODO, EL  ÚNICO DIOS QUE
SE ENTRISTECE Y LLORA AL ESENCIAR
LA SOBERANA INDIFERENCIA DE SUS
 SEGUIDORES CON EL  “OTRO HUMA-
 NO” QUE A SU LADO HABITA, Y QUE
 COMO ELLOS, EN TOTAL Y CONSEN-
TIDA SOLEDAD, VIVE Y PRODUCE, Y 
 PIENSA Y SIENTE, Y LUCHA Y DISTRI-
BUYE, Y CANTA Y LLORA, Y REZA Y
MALDICE LAS 24 HORAS DE CADA
 DÍA.


MUY DIGNOS Y RESPETADOS DIOSES DE LOS COLOMBIANOS :

En realidad de verdad, ésta, más que una oración a los Dioses, quienes en su esencia íntima  no la necesitan, es una oportunidad de conversar  con Ustedes sobre asuntos que, en su omnisabiduría anticipada, ya conocen, pero que son vitales para el presente y futuro de sus creyentes, inscritos en diferentes versiones del amor al prójimo como forma histórica situada de solidaridad humana. En general, los seres humanos no necesitamos de los Dioses para explicarnos la estructura y las leyes de funcionamiento de nuestras sociedades, pues es bien sabido que, entre nosotros  habitan sus artífices concretos, sea bondadoso o perverso el carácter de cada una de ellas. Sin embargo, tan prolongada e intensa ha sido la presencia de Ustedes y de sus representantes e instituciones en todos los presentes pasados y actuales de la sociedad colombiana; tan robusta   es la presunción de que en Colombia ha habido una fuerte incidencia teológica  en las costumbres y  prácticas sociales del conjunto de la ciudadanía, que equivocado sería no recordarlos ahora, en esta coyuntura del 2016, cuando al país se le ha abierto un horizonte dicotómico para el manejo de uno de sus problemas centrales, el del cincuentenario en el tiempo pero muy longevo en sus consecuencias conflicto interno armado.

Como para recordarnos entre todos,  muy Respetados Dioses, que el cronológico 23 de junio del 2016, como proceso, se inició en Colombia  un largo y complejo día de seis meses que, por histórico, no será lineal sino muy curvado, al final de los cuales se espera que en Bogotá y no en la Habana se firmen los Acuerdos construidos en la Isla de Martí  una vez las Farc, y ojalá el Eln, hayan hecho la dejación de las armas y  definido una Estrategia que les permita reincoporarse a la vida ciudadana bajo formas de presencia y de trabajo y de actitud y de prácticas inéditas por lo  desconocidas en anteriores procesos de negociación. Pero, como para recordarnos también, muy  Dignos Dioses, que una alta proporción de sus seguidores[1], alegando pretextos poco cristianos, no han estado de acuerdo con esta forma específica de construcción de perdón y reconciliación.

Pero, para poder encausar y encontrarle el sentido a  este conversatorio, conviene precisar algunos de sus contextos. El más importante de ellos, y casi olvidado por los estudiosos, precisa que entre el  dejar de matarnos como resultado de una negociación -Santos- y el dejar de matarnos porque ya nos hemos matado-Uribe Vélez- la diferencia es cualitativa. Es decir, que el tipo de desenlace que tenga el conflicto interno armado en sí no es gratuito ni  inocente de cara a la      Colombia del futuro. Al final-final,  a  un social colombiano, incluyente-cooperativo-integrativo y solidario,  será nada lo que le podrá aportar una pacificación  obtenida por la vía militarista, pues por este camino  sólo  le estará abriendo paso  a la maduración perversa de lo que hasta ahora  se ha construido: Una Sociedad colombiana que, no obstante  lo mucho bueno y bondadoso que todavía sobrevive en ella, en esencia  ha llegado a ser perversa, excluyente, individualista, corporativa e insolidaria.

Muy dignos Dioses, esbozado este primer contexto y apelando ahora  al Enfoque metodológico de lo Político- a aquel que se pregunta por las maneras como en cada sociedad concreta en cada uno de su presentes pasados se ha ido  instituyendo lo social- dos hipótesis, formuladas desde tiempo atrás en nuestros  Atisbos,  una general y otra específica, nos pueden permitir una mejor inteligencia de las posturas de sus seguidores frente al problema de la paz.    

En el Atisbos Analíticos No 111 de marzo del 2010 trajimos a colación una entrevista concedida a El Tiempo, a fínales del 2009, por Francoise Zimeray, Embajador de Francia en la que planteó que Colombia tenía su cuerpo social muy enfermo: “Hay, dijo, una dimensión que me impacta: cuando vemos cómo se atacan los derechos humanos  en Colombia, y veo muchos ataques en el nivel mundial –estuve en Asia, en Palestina, en Africa, en Chechenia- lo que me impacta de la situación colombiana no es solamente la violencia y la pobreza, o los desplazamientos masivos, ES LA CRUELDAD….En Palestina no se descuartiza a la gente”. Pero, de cara a ésta también le impactó el que “nadie se indignara y protestara…”Después de los falsos positivos, continuó,  no estoy seguro  de que haya una indignación  de la opinión pública lo bastante fuerte, para tener una traducción política. Es como si existiese la idea de que, de todas maneras, no sirve para nada lo que podamos hacer”. Formuló, entonces, el Embajador Francés esta hipótesis explicativa: “También me pregunto acerca de la sociedad colombiana misma, me pregunto si lo que se hace tiene fundamento en el cuerpo social”.   [2]

 Fue como si nos hubiese dicho  que desde mucho tiempo atrás el cuerpo social colombiano  debería haber sido hospitalizado.  Por ahora limitémonos  a destacar, como hipótesis general, que tanta crueldad es una las expresiones de una sociedad en la que ha habido fallas  notorias y notables  en la historia de institución  de lo social. Como para decir  que de tanto convivir con esta sociedad con su cuerpo social enfermo, sus habitantes se han apropiado de su “esencia” casi perversa.
Desde otra mirada, la del olímpico desprecio por la vida humana a que ha llegado nuestra  sociedad, uno de los representantes de los Dioses, el Arzobispo de Cali, Monsenor Darío Jesús Monsalve, ha avalado una hipótesis similar al hablarles a los creyentes de, “la relativización del homicidio ya al homicidio de una vez para siempre” ya al homicidio dosificado. “Hemos llegado al extremo, escribió, de afirmar que en esta guerra  hay muertos buenos; como diría el Quijote son aquellos que ‘vosotros mataís’. Esto es maniqueo…Relativizar el homicidio ha sido el cáncer de nuestra cultura incoherente frente a la vida humana”.[3]

Y  ya desde febrero del 2006  se reunieron en las Islas de San Andrés 110 representantes  de las  8.000 Iglesias Cristianas Evangélicas existentes en Colombia pronunciándose  “por el abandono del uso de las armas por parte de las personas o grupos armados  para buscar metas de paz, justicia y dignidad”; al referirse al desplazamiento forzado lo caracterizaron no sólo como una de las grandes tragedias que vive el país, sino como “un pecado de seres humanos contra su prójimo”. [4]

Pero vayamos  a una hipótesis más concreta que postula que,  examinado el carácter de los nexos sociales  en que se fue  enhebrando y tomando forma   la  sociedad  colombiana- más individualistas, egotistas, corporativos  e insolidarios que colectivos, integrativos, cohesionadores  y solidarios- las religiones en Colombia han sido  poco lo que han contribuido a la institución de un  social inspirado en esta segunda dirección. Para darle algunos soportes empíricos a esta hipótesis recojamos solo un muy  pequeño retazo de la historia de  las  crueldades que ha habido en Colombia. En la época de la violencia entre partidos, se llegó a una dimensión de su ejercicio, que podemos medio  dibujar así, “…centenares de asesinatos con hileras de decapitados en los caminos, degollados con el famoso corte de franela o de corbata – así llamado, ilustramos nosotros, porque al cortarles el cuello les sacaban la lengua simulando una corbata- , incluso llegando a despellejar a sus víctimas y extender su piel como piel de ganado, mujeres embarazadas con el estómago  llenos de piedras mientras los fetos  colgaban de los árboles, y así durante una década con el listado diario de muertos, fincas incendiadas, ganado robado, asaltos de caminos y caseríos incendiados…” [5]

Rememoremos también  la época del simbólico machete, la de un machete de doble filo, ‘por un lado conservador y por el otro liberal, pero un solo y único cortador de cabezas’… Puestos en línea, con los cuellos sin cabeza tocando los cuellos sin cabeza del vecino, esa apocalíptica mortandad colectiva habría cubierto la ruta entre dos ciudades ubicadas a 450 kilómetros de distancia.  Entonces, LA SOCIEDAD SE QUEDÓ CALLADA. ‘Para qué son rojos”, dijeron en 1950 unos, ‘para qué son azules”, replicaron los contrarios.” Y  en la época del 90   los genocidios fueron pan de cada día. En Colombia todos los actores armados han masacrado civiles, pero para esas calendas  los guerreristas los volvieron una práctica sistemática con lo que convirtieron a más de cien municipios del país  en campos de terror, de perversidad y de sevicia   y no durante unas horas o minutos sino durante días enteros. Aparecieron, entonces, prácticas desconocidas en nuestro medio como la desmembración de personas con motosierras.  Según Camilo Echandía  entre 1999  y el 2001 en Colombia hubo 3.750 masacres. [6] Notorio, innovador en sus formas de crueldad y sanguinolento y fiestero  fue, por ejemplo, el genocidio cometido en el Salado  donde durante dos días a sol y luna, el 26 y 27 de febrero  del 2000, cuando de modo selectivo y dosificado y progresivamente cruel, asesinaron a 60 personas, una por una, al son de tamboras, altisonante música pública, botellas de aguardiente y orgías sexuales

Paremos aquí este retazo de la vida nacional para recordar que casi todos los artífices de esos crímenes monstruosos se echaban la bendición antes de asumirlos  o besaban el escapulario  de la Virgen del Carmen colgada a sus pechos.

Muy dignos y respetados Dioses,  no han sido Ustedes  los que han fracasado, pero son muchas las indicaciones empíricas que evidencian que  en  esta sociedad colombiana  la ley del amor al prójimo como cristalización cotidiana  de la solidaridad humana   no ha logrado romper y esenciar y mojar el sabroso y cálido y raizal  ritual de las prácticas religiosas de sus creyentes como se autodefinen   casi  todos los colombianos. Por eso en esta coyuntura histórica decisiva, un alto porcentaje de los católicos colombianos como que no han alcanzado  escuchar la franciscana y muy  refrescante  voz  del Papa Francisco en la Misa que celebró en La Plaza de la Revolución en La Habana en septiembre del 2015. 


"Me siento en el deber de dirigir mi pensamiento a la querida tierra de Colombia. Consciente de la importancia del momento presente, en el que con esfuerzo renovado, y movido por la esperanza, sus hijos están buscando construir una sociedad en paz. Que la sangre vertida por miles de inocentes, durante tantas décadas de conflicto armado, unida a aquella del señor Jesucristo en la cruz, sostenga todos los esfuerzos que se están haciendo, incluso aquí en esta bella isla, para una definitiva reconciliación. Y así a esa larga noche de dolor y violencia, con la voluntad de todos los colombianos, se pueda transformar en un día sin ocaso, de concordia, justicia, fraternidad y amor en el respeto de la institucionalidad, del derecho nacional e internacional, para que la paz sea duradera. Por favor, no tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de paz y reconciliación. Gracias a usted señor Presidente (Raúl Castro) por todo lo que hace en este trabajo de reconciliación".[7]


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